Una enigmática historia de amor.
Algo
más que un simple beso
Al
bajar del autobús en frente del puerto, Raquel sintió que este paseo no sería
como los anteriores, algo contenía diferente.
La
antiquísima construcción hizo que la muchacha estuviese obligada a subir unas
largas y empinadas escaleras de material solido. Sus negras y elegantes botas
de cuero, llevaban cuesta arriba aquel escultural cuerpo esbelto, provisto de
remarcadas y generosas curvas femeninas, rematadas con un metro sesenta. Su
larga cabellera castaña se agitaba con la brisa, junto con sus delgadas
prendas. Aquellos grandes ojos color miel permanecían fijos paso tras paso,
mientras que sus delicadas manos iban atrás y adelante, dejándose llevar por un
va y ven suave.
Cuando
ya se vio arriba, siendo seducida y cautivada por la belleza incomparable del
mar, su infantil blusa Calipso se apegaba contra el frente de su cuerpo,
mostrando en su plenitud su busto, de linda y seductora apariencia.
Aferró
sus blancas y delgadas manos a la baranda, para así sentirse más segura.
De
pronto, tuvo un pequeño presentimiento; giró su rostro hacia su costado
derecho, logrando advertir que a tan solo unos pocos metros de donde estaba
parada, un hombre de cabellera negra la observaba por la ranurilla de su ojo
izquierdo. Bajó sus manos hasta su falda, que se agitaba descontrolada, pero
que no se subía más de la cuenta producto a su largo; luego su rostro sereno
cambió por uno de disgusto.
El
hombre, que no paraba de deslumbrarse con semejante belleza, notó el disgusto de
la muchacha y sin mayor espera se echó a correr por el borde del puerto, en
dirección del mercado. Con la rabia ardiendo a mil en sus ojos, Raquel se dejó
atrapar por la persecución.
-¡Deténgase!...
Corriendo por entre la gente que se quitaba del camino sola, sin la necesidad
de darles un empujón. -¡Alto!... Pero el extraño acosador no parecía querer
parar.
Lo
vio entrar a uno de los tantos locales de comida que allí habían y supo que ya
lo tenía a su disposición, solo restaba acusarlo de ladrón para que alguien le
diese su merecido.
Cuando
ingresó al local, su rabia se fue a lo más profundo del océano, puesto que de
aquel recinto se despedía un delicioso aroma a flores, a pesar de que todo el
puerto apestaba a pescado. El joven que la observaba sin temor de ser atrapado,
ahora estaba frente a sus ojos, con su mano derecha apoyada ligeramente sobre
una silla.
-Muy
buenas tardes dama.
Una
voz armoniosa y varonil, que hacía un excelente juego con su fachada de
muchacho rico y bien vestido.
-Am…
Raquel no supo que decir en ese momento.
-Adelante,
pase a sentarse.
Algo
así como si estuviese bajo trance, la chica avanzó, tomó asiento y se apegó a
la mesa, que estaba cuidadosamente arreglada. Sobre la redonda cubierta
abrazada por un mantel blanco, se alzaba un brillante florero con varias rosas
de diferente color en su interior, desplegando su aroma y hermosura frente a
las dulces pupilas de la chica.
El
elegante joven rodeó la mesa, hasta lograr ubicarse en la silla del lado
contrario.
-Lamento
mucho mi atrevida presentación, se que te incomodé con mi prepotente mirada.
Entrelazando los dedos de sus manos por sobre la mesa. -Lo siento…
En
ese momento, Raquel recordó su malestar y golpeó con su puño cerrado la
superficie tapada por la tela.
-¡Es
un depravado! Inclinándose hacia donde estaba él. -¡Para qué me miraba!
El
rostro de ella hervía, presentando aquel característico enrojecimiento producto
a su descontrolada rabia.
-¡Responda!
Clavándole sus penetrantes ojos rabiosos.
-Me
cautivó con su impresionante belleza. Bajando el rostro en señal de sumisión.
-Ho…
Se vio en la obligación de bajar el perfil de lo que estaba ocurriendo. -¿Por
eso me miraba?... Volviendo a acomodarse más calmada.
-Claro…
Intentando alzar su tímida mirada.
Se
quedaron contemplando por un momento en silencio y cuando llegó el mesero a
entregar la carta con los precios, ambos dieron un salto de su lugar; realmente
se encontraban concentrados disfrutando el uno del otro.
El
joven le alcanzó la carta a Raquel, para a continuación bajar su brazo de la
superficie de la mesa.
-Lo
siento nuevamente. Sonrió un poco avergonzado.
-No
hay problema. Respondió la muchacha, abriendo la carta.
-¿Que
deseas comer? Preguntó el joven aplastando la otra carta con su morena mano.
-Pero…
Visualizando los precios que no bajaban de los diez mil. -Estos platos son muy
caros.
-No
te preocupes por el precio, tú pide y disfruta.
-Ho…
Bien…
Pasaron
toda la tarde allí, platicando y riéndose de las tonterías que hacían las
personas en el puerto.
-Te
lo juro… El joven tomaba un respiro profundo para poder seguir contándole. -Y
se fue de cabeza el muy estúpido…
Ambos
se llegaban a apretar el estomago de tanto reírse.
De
pronto Raquel contuvo sus carcajadas y se quedó prendida de los ojos negros que
ahora la inundaban ¡recordó que aun no le preguntaba su nombre!
-Mira…
Buscó las palabras la muchacha. -No te mostraste muy caballero de primera, pero
ahora me has hecho pasar una tarde agradable, gracias.
-Yo
te tengo que dar las gracias. El rostro del muchacho se llenó de felicidad. -En
realidad nunca pensé que serías tan cautivante.
-Am…
-Te
había visto en ocasiones anteriores, pero nunca me atreví a dirigirte una sola
palabra.
-He
venido muy pocas veces al puerto ¿en qué momento me había visto?
-Esas
pocas veces que ha traído su belleza hasta los barandales. Se arregló el cuello
desordenado de su cortaviento. -Se que su padre se llama Alfonso y que tiene un
local de mariscos, desde donde distribuye en enormes camiones blancos su
deliciosa mercadería, a varios locales de comida en la capital.
-Am…
Bueno…
-Sé
también que no sabe quien soy yo, pero no la culpo. Bajando sus manos hasta los
bolsillos de su pantalón. Mi nombre es James, soy pescador.
-Bueno…
Es un gusto James, pero ahora tengo que irme; mi padre me tiene que estar
esperando muy preocupado. Colocándose de pie.
-¿Nos
veremos otra vez? Preguntó enlazándola con sus ojos, mientras que entre sus
grandes manos se deslizaban cuatro billetes azules.
-Claro…
Respondió escapando de aquel encanto.
Una
vez que la chica cruzó el lumbral de la puerta, James canceló y dejando una
generosa propina de un billete azul más, se retiró del local.
Tras
el primer encuentro, los jóvenes se continuaron viendo una y otra vez. Por la
mañana, a caminar por el puerto; por la tarde, a disfrutar de la sombra de
alguna plaza; y durante la noche, a ver alguna película al cine; en pocas
palabras, parecía un sueño salido de Hollywood. Esta rutina hizo que
transcurriera una semana, sin que los dos se dieran cuenta.
Un
día cualquiera, se quedaron tendidos sobre la arena de la playa disfrutando del
preludio de la noche. Ambos permanecían separados por escasos centímetros y
mientras se miraban fijamente, Raquel recordó que pronto debía volver a la
capital; ya que únicamente venía a pasar sus vacaciones junto a su padre. El
recordar esto le provocó un malestar en su garganta, algo así como un sutil
apretón que le descendía hasta su pecho.
-Veo
que tienes un problema. Dijo James con tono suave. -¿Que te ocurre?... ¿Te
molestó todo lo que ha pasado?
-No… Respondió con su voz apagada
desviando su mirada triste hacia las alturas. –Jamás podría arrepentirme de
todo esto.
-¿Entonces?
-Me queda muy poco tiempo aquí.
Cerrando sus ojos.
-Ha… Se sintió sorprendido James y se
levantó de la arena, tomando asiento. -¿Te vas?
-Sí.
Aquellos profundos ojos negros se
dirigieron hacia el horizonte, hasta aquel punto en donde se unía el cielo con
las azules aguas del mar.
-No me habías dicho nada…
-Lo siento.
Dando un profundo suspiro, James
jugueteó apagado con los finos granos de arena.
-Es una lástima. Su voz se quebrantó
con un tono tembloroso.
Raquel se sentó y se apegó al
muchacho, atrapándolo con sus brazos.
-En realidad es una lástima. Apoyó la
muchacha con su cuello siendo sofocado por la pena.
La piel de sus rostros se unió,
acariciándose con una suavidad que no se podía explicar; sintiendo el calor
mutuo que ambos se compartían. De pronto se dejaron envolver por aquella
calidez, rosando el costado de la comisura de sus labios, avanzando sin temor
hasta lograr consumir el cáliz de sus bocas.
La atrapante briza marina, acompañaba
este alocado e infantil momento, en el cual ambos solo se dejaban guiar por sus
impulsos ardientes.
En el momento que sus manos se
permitieron la entrada, cayeron al tibio soporte, reposando sobre la espalda de
ella. Los cuerpos se tuvieron juntos, casi siendo una sola carne, repartiendo
caricias por sobre la quemante piel del otro.
Ahora, la luna en lo alto era la
testigo de todo lo que ocurría y al verse bastante atrapados en tal alocado
instante, detuvieron su muestra de pasión; quedándose en silencio, oyendo la
aceleración de sus respiraciones.
-Que profundo. La voz de Raquel era
como un suspiro frente a una agitada ventolera.
-Es como una ilusión, una fantasía,
un sueño que se hace realidad.
-Asombroso ¿no? Acariciando el rostro
de su amado.
-Pero yo quiero algo más que un
simple beso…
Las palabras de James penetraron por
los oídos de Raquel, internándose entre los confines de su cabeza, intentando
asimilar lo que quería expresar con esas frases.
En un instante los húmedos labios del
muchacho se acoplaron contra la piel del cuello de ella, y en ese instante tuvo
más o menos una noción de lo que posiblemente quiso decir… Algo más que un
simple beso… ¿Qué podía ser algo más que un simple beso?
-¿A qué te refieres con eso? Preguntó
Raquel siendo extasiada.
-A nada… Respondió regalándole un
cariñoso beso en la suave y delicada piel que se aprontaba a llegar a la
barbilla de ella.
Con esta jugada los morbosos
pensamientos de mujer afloraron, creyendo que aquella frase iba con otro
sentido.
-¿Te gustaría que pase la noche junto
a ti? Preguntó Raquel intentando encontrar aquellos ojos negros.
-Sería un placer. Apoyando ambas manos
en el piso para despegar su humanidad de la de ella. –Lo que sí, tengo que
pedirte algo.
-¿Qué?
-Hagamos las cosas bien… Llama a tu
padre para contarle.
-Am… Claro…
Con la propuesta aceptada, se
pusieron de pie, se sacudieron sus ropas y se marcharon del lugar.
Como debía informarle a su padre que
no llegaría, Raquel lo llamó de un teléfono público.
-Claro, me cuidaré ¡nos vemos mañana!
Colgó con una sonrisa picarona en su rostro adolecente.
Luego de esto, atrapó entre sus
brazos a James, lo besó fogosamente y emprendieron camino al hogar del
muchacho.
Bajaron de una liebre amarilla y
ingresaron a un edificio de nueve pisos, de seguro que el chico arrendaba uno
de los varios departamentos del lugar. En conserjería no había nadie, algo
sumamente extraño, pero Raquel no le quiso prestar atención, solo se dejó
conducir hasta el ascensor.
Cuando paró en el piso tres, se abrió
la puerta y en aquel iluminado pasillo repleto de puertas por ambos lados, no
se veía una sola persona, era como si fuese un edificio fantasma, pero inmersos
en este cuento de hadas, no le daban mayor importancia, en este momento
únicamente importaban ellos y sus intensas emociones.
Caminaron por el pasillo, James
conducía al frente. Cuando llegaron hasta una puerta en la cual aparecía el
número 502, se detuvieron.
-Aquí es. Dijo James eligiendo una
llave entre un manojo abundante. –No es muy grande, pero te sentirás cómoda.
Al abrir, la mano morena encendió la
luz, dejando ante los anonadados ojos de Raquel un pequeño departamento bastante
ordenado. Sobre la fría cerámica se veía un cubre piso bastante limpio, por el
cual ingresaron pisando con gran timidez. Al estar de frente con un sofá café,
James le indicó que tomara asiento, mientras se dirigía hacia una vitrina
repleta de finas copas de cristal.
-¿Qué te sirves? Preguntó James
dejando dos copas sobre una pequeña mesa de centro.
-Ho… Bueno… Yo… No encontraba ni una
sola palabra más, se sentía fuera de la dimensión que conocía; era como si la
vida la hubiese arrastrado hasta aquellos pasajes cálidos de su mente, en los
cuales únicamente permanecían guardados sus más íntimos deseos de eterna
felicidad.
-¿Quieres un poco de ponche de
durazno? Está bastante suave.
-Bueno. Al fin logró responder con
seguridad.
-Me quiero bañar antes de acostarme.
Decía James extrayendo una botella con ponche, que había estado guardada en uno
de los cuatro cajones del mueble. –Es bastante fresco dormir después de
bañarse.
-Me lo imagino.
-¿Te quieres bañar? Dejando la
botella junto a las copas, para proseguir a destaparla.
-Sí. Apoyando su delicada espalda
sobre el respaldar.
-Bien. Sirviendo el licor. –Entonces,
te bañas tu primero y luego yo. Cerrando la botella.
-Ningún problema. Cerrando sus ojos y
dejando reposar sus manos sobre la falda, que se apegaba a la blanca piel de
sus piernas.
El precioso rostro de la muchacha,
mostraba que en su mente pasaban mil y un pensamientos, que al contemplar su
expresión a James le entraban ganas de conocerlos.
-¿En qué piensas? Recogiendo las
copas con sus manos.
-En que me gustaría que todo esto
fuese eterno. Abriendo sus ojos y uniendo sus dulces miraditas con las
profundas del chico.
Esta frase clavó profundo en la
conciencia de la joven… Para ti no está hecha la eternidad… ¿A qué se refería?
-Pero… Cogiendo la copa con su mano
derecha. –Yo quiero estar para siempre contigo.
Cada palabra dejaba aun más asombrada
a Raquel, en realidad no comprendía lo que quería decir el joven.
Con la noche bien entrada, James
condujo a Raquel hasta el cuarto. En la habitación se veía una cama
matrimonial, entre dos veladores pequeños; justo en frente, había un elegante
mueble que sobre su superficie soportaba un enorme televisor.
-Acomódate, yo revisaré que la puerta
de entrada esté bien cerrada y vengo. Dijo James cerrando la puerta del cuarto
a su espalda.
Entre movimientos torpes producto a
las miles de preguntas, Raquel fue quitándose una a una las prendas, hasta
quedar únicamente con un traje de baño de dos piezas. Sus agotados y
confundidos ojos, descansaban sobre sus lindas y bien formadas piernas.
Aquellas delgadas manos acariciaron sus muslos, subiendo, encontrándose con la
diminuta prenda que conservaba en privado sus partes más intimas; luego
siguieron con su camino, pasando por su abdomen y tropezando nuevamente con la
prenda superior, que mantenía erectos aquellos bellos pechos.
-Tiene que ser una tontería. Se dijo
Raquel, internándose entre las ropas de la cama. –Será mejor que únicamente
disfrute este precioso momento.
Antes de apoyar su cabeza en la
almohada, escuchó los pasos de James aproximarse, pero al momento de entrar en
contacto con el esponjoso soporte, sus parpados se le precipitaron, sumándola
en el sueño…
…
Un fuerte golpe a su costado la hizo
despertar, abrió sus ojos sentándose en su cama, arropando las frazadas a sus
pies. Cuando al fin logró respirar con alivio, se percató de que junto a ella
permanecía su padre.
-Papá…
-Ups… Respondió el señor. –Lo siento
Raquelita, boté tu despertador. Recogiendo el pequeño reloj de velador.
-Pero si yo… ¡Estaba durmiendo en
otro lado!...
-Claro. Dijo el viejo colocándose de
pie. -¡Niña malcriada te quedaste dormida viendo televisión!... Yo te tomé en
mis brazos y te traje a tu cama.
-¿Y James? Preguntó aun
desconcertada.
-¿Quién?... Am… ¡James!... Elevó la
voz el viejo mientras se rascaba la barba. –Hablas del chico que mataron.
Bueno, anoche los oficiales de la PDI atraparon a los desalmados. Lo extraño es
que dijeron que una joven les indicó en donde buscar.
-¿Qué?
-Claro, una joven; y lo más extraño
es que las descripciones de la muchacha ¡coincidían contigo!... Dirigiéndose
hacia la puerta. –Si no hubieses estado aquí conmigo anoche, pensaría que tú
eres la heroína, pero no. Ya mi niña, vístase para que tomemos desayuno.
Cerrando la puerta.
-James… Muerto…
Aun sentía entre el sabor del ponche,
la dulzura de la boca de su amante ¿Cómo podía ser aquello?... Se había
enamorado de un muerto; pero aun sentía sobre su piel las cálidas y suaves
caricias del joven, era como si todo aquello realmente lo hubiese vivido. Y en
aquel instante recordó una de las frases mencionadas por el chico, Para ti no
está hecha la eternidad…
Cuando sus ojos color miel se quedaron
de frente con el mar, creyó ver a James contemplándola desde la misma posición,
como en ese instante cuando tuvo su primer cruce de miradas; pero el joven
pescador ya no estaba allí… Solo era una falsa ilusión creada por su mente y
sus apagados suspiros.
Los pasos tristes de la joven la
llevaron hasta el local en donde habían cruzado sus primeras palabras, pero el
local había cerrado hace tres meses atrás… ¿Qué significaba aquello?
A un día del término de sus
vacaciones, Raquel fue embarcada en el autobús hacia la capital por su padre; quizás
en realidad el romance con el muchacho solo fue una tonta ilusión.
Dejando escapar un suspiro, la
maquina emprendió su largo camino y cuando la muchacha registró sus cosas para
ver la hora, encontró un papel doblado, en el cual decía:
Para ti no está hecha la eternidad…
Aunque no comprendas nada de lo que
está pasando, aun no pienses en la eternidad, ya llegará el momento para eso.
Algún día podremos estar siempre
juntos.
James